jueves, 25 de mayo de 2017

La muerte del Rey Ricardo I Corazón de León


Ricardo I de Inglaterra es un personaje histórico que en vida se comportó como un héroe legendario. Su fama solo es comparable a otra de las grandes figuras de las leyendas medievales bien conocida ya por nosotros, el rey Arturo. Ricardo se consideraba el descendiente legítimo del poder mítico del rey Arturo, este ideal respondía a un interés político que pretendía unir a sus súbditos britanos, normandos y anglosajones entorno a la figura de un rey caballero, heredero de los ideales heroicos medievales.

La leyenda de Ricardo I se desarrolló después de su muerte, pero es difícil separar el héroe histórico del legendario, porque en vida el propio rey ya buscaba comportarse como un personaje de leyenda conforme al ideal de caballero. Ricardo nació el 8 de septiembre de 1157, era hijo del rey de Inglaterra Enrique II Plantagenêt y de Leonor de Aquitania. Nació en Oxford pero tenía poco de inglés, pasó la mayor parte de su reinado fuera de Inglaterra preocupado por sus aventuras caballerescas. Su muerte tiene tintos novelescos y alimenta la leyenda de una maldición divina sobre la familia de los Plantagenêt como castigo por su libertinaje y su lujuria.

En 1199, el rey de Inglaterra Ricardo I Corazón de León había decidido poner fin a la revuelta del vizconde Aimar V de Limoges en el castillo francés de Châlus-Chabrol. En principio parecía una afrenta menor comparada con las grandes gestas vividas por el rey, pero el asedio se prolongaba más de lo esperado.
Ricardo era un experto en el arte de la guerra. Para facilitar la toma del castillo enviaba grupos de zapadores, que habían de minar sus murallas, y sometía a los defensores a lluvias diarias de flechas lanzadas por sus arqueros y ballesteros. Las tropas del vizconde Aimar de Limoges se vieron reducidas a cuarenta hombres, no parecía que fueran a resistir mucho.

Normalmente, en Cuaresma los reyes no tenían por costumbre guerrear, pero en este caso Ricardo no estaba dispuesto a conceder una tregua y continuaba con el asedio. Pero ¿por qué tanta prisa? Algunas fuentes dicen que el vizconde había hallado un tesoro de incalculable valor con estatuas de oro de la corte imperial romana y se había negado a entregarlo al rey de Inglaterra. Este hecho importunó enormemente a Ricardo, que asedió el castillo sin tregua ni negociación.  

Según Rigord, monje de la abadía de Saint Denis en aquellos días, los lugareños conocían el castillo de Châlus-Chabrol como castruum Lucii de Capreolo. El nombre latino derivaría de un tal Lucius, procónsul de Aquitana en el siglo I en época del emperador romano Augusto, conocido como Capreolus (la cabra) por sus habilidades militares en las regiones montañosas. Lucius habría amasado una gran fortuna que se encontraba escondida en los campos del vizconde de Limoges. Un campesino la desenterró siglos más tarde y la entregó a su señor. 

El castillo de Châlus-Chabrol, en el suroeste de Francia, fue donde el rey Ricardo I Corazón de León halló la muerte por el impacto de una flecha en 1199.
La noche del tercer día de asedio, después de cenar, Ricardo y los suyos decidieron dar un paseo cerca de las murallas del castillo para supervisar el avance de su asalto. Puede que incluso se dedicara a disparar algunas flechas por deporte contra los defensores. Su afán guerrero no tenía tregua, un ejemplo de ello era que estando enfermo con fuertes fiebres en la toma de San Juan de Acre mataba enemigos con una ballesta mientras lo transportaban en una camilla. 

Pero esa noche estaba tranquilo y confiado. Ricardo se acercó a la torre del castillo sin armadura, solo con un casco de hierro y un escudo. Desde la almena uno de los sitiados tensaba su ballesta, y apareció bruscamente para disparar una flecha en dirección al rey. Ricardo lo miró y aplaudió sin apartarse. El proyectil había impactado en su hombro izquierdo, cerca de las vértebras del cuello. Ricardo era un rey orgulloso y se dedicó a felicitar al tirador, parecía que la herida no le afectaba, pero sus fieles lo trasladaron al campamento donde el rey animó a los suyos a continuar el asedio. No había de qué lamentarse, una herida más no tenía por qué alterar los planes. Ricardo había recibido tantas en la Tercera Cruzada que esta no le tenía que impedir conquistar el castillo. 

En la tienda el rey partió la madera de la flecha, pero el hierro estaba hundido en el fondo de su cuerpo. Había que llamar a un cirujano para extraer la punta. La intervención no fue fácil, el exceso de peso de Ricardo lo dificultaba, y este quedó muy debilitado. Las rudimentarias técnicas quirúrgicas de la época y la falta de obediencia a las prescripciones médicas hicieron empeorar el aspecto de las heridas. Aparecieron infecciones y gangrena. Esta vez sí, Ricardo se dio cuenta de que estaba a punto de morir. Como era previsible, el castillo de Châlus-Chabrol se había rendido y Ricardo ordenó colgar a todos los prisioneros menos al ballestero capaz de matar al Corazón del León, al que trajeron ante él. Había llegado el momento de redimir sus pecados, el rey lo sabía, y el cronista inglés Roger de Hoveden, una de las fuentes más fiables de la época, reproduce la conversación entre Ricardo y el preso: «¿Qué daño te he hecho yo para que me mates así?». El otro respondió: Has matado con tus manos a mi padre y mis dos hermanos y ahora has querido matarme a mí. Véngate de mí, pues, de la manera que te plazca. ¡Sean cuales sean las terribles torturas que puedas inventar, las sufriré de buena gana, pues tú, que tantas y tan numerosas desgracias has traído al mundo, mueres también! 
 
Ricardo sentenció: «¡Vivirás a tu pesar! ¡Vive, pues yo te concedo la gracia! ¡Sé la esperanza de los vencidos en esta tierra conquistada! ¡Serás un ejemplo de mi corazón generoso!». Dicho esto, el reo quedó en libertad y el monarca ordenó que le dieran cien sueldos de moneda inglesa. Pero Mercadier, uno de sus fieles soldados, no pudo perdonar que «un ministro del diablo» causara la muerte del «mejor príncipe del mundo» y, a escondidas de Ricardo, lo metió en prisión y lo mandó matar. 
El cronista Guillaume le Breton, capellán del rey francés Felipe Augusto, en su opera prima Gesta Philippi Augusti habla de la muerte de Ricardo y nos explica que el rey inglés es codicioso, impío, irrespetuoso de Dios y de sus leyes, se sublevó contra su propio padre, violó las leyes feudales de la naturaleza; culpable, además, de haber introducido en Francia una arma mortífera como la ballesta. Debe pues sufrir el mismo fin que esta funesta iniciativa causó en otros hombres.
 
Pero los últimos actos del rey de Inglaterra buscaron la caridad de la Iglesia como exige la moral de la época. Ricardo decidió confesarse a un capellán, sacramento que hacía siete años que no profesaba, y mandó llamar a su madre que se encontraba en Fontevraud, en la región francesa del Loira, para tenerla cerca en el momento del traspaso.

Milton, abad de Pin y capellán de Ricardo, narra el desenlace de la absurda muerte:
 
El seis de abril, es decir al cabo de once días de ser herido, murió al final del día, después de ungirse del aceite santo. Su cuerpo, vaciado de entrañas, fue transportado a los monjes de Fontevraud e inhumado allí, junto a su padre, con los honores reales, por el obispo Lincoln, el domingo de Ramos.Después de gobernar nueve años, seis meses y diecinueve días, el rey ha muerto por culpa de una flecha en el asedio inútil de un castillo sin importancia política. Las crónicas recriminan a Ricardo su avaricia en la búsqueda de un tesoro legendario y la falta de escrúpulos para conseguir sus objetivos. Encontró la muerte en pos de una quimera, no en el campo de una gran batalla heroica como sería de esperar de una figura de su talla. «El león fue asesinado por una hormiga».

El ya citado Roger de Hoveden se muestra muy crítico con Ricardo al afirmar: «Veneno, avaricia, crimen, libido monstruosa, apetito vergonzoso, orgullo exacerbado, avaricia ciega […]. Un ballestero con su arte, su brazo, su tiro, su fuerza lo abatió todo». Algunas crónicas insisten en la idea de la providencia divina del disparo, nadie puede escapar al castigo de Dios y el rey pagaba por el trato y la explotación fiscal a que había sometido a la Iglesia.

Hay que preguntarse si realmente existió el tesoro áureo del castillo de Châlus-Chabrol. Especialistas en la figura de Ricardo como el historiador francés del siglo XX Jean Flori afirman que de las once crónicas que narran el asedio del castillo cinco hablan del episodio del tesoro y seis lo ignoran. Las más antiguas son las que citan los hechos legendarios por lo que se les puede atribuir mayor veracidad. Rigord, el monje de Saint Denis a quien ya hemos recurrido, habla del tesoro en el año 1206 diciendo:
 
En el año del Señor de 1199, el 6 de abril, Ricardo, el rey de Inglaterra, murió gravemente herido cerca de la villa de Limoges. Estaba a punto de asediar un castillo que los habitantes de Limoges llaman Châlus-Chabrol, durante la semana de la Pasión del Señor, a causa de un tesoro que encontró un caballero del lugar. Llevado por su extrema ambición, el rey exigió la entrega del tesoro.
 
Los cronistas a menudo están impregnados de la ideología de la época y en sus crónicas pueden tomar partido a favor de un rey. Este es el caso de Guillaume le Breton, capellán del rey de Francia, que muestra una hostilidad manifiesta hacia Ricardo. Roger de Hoveden también novela los momentos finales de la vida del rey juzgando con dureza sus intenciones. Ricardo contribuye a aumentar su leyenda con la historia de su muerte.  

Texto extraído del libro: Breve historia de las leyendas medievales de David González Ruiz, lo puedes comprar aquí.

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