La rápida caída del reino visigodo español en manos de los musulmanes no podía explicarse en aquellos tiempos más que recurriendo a argumentos legendarios, mágicos o novelescos. Así por ejemplo se hablaba de un misterioso cofre o arca escondido en los sótanos del palacio real de Toledo que estaba prohibido abrir, pues de hacerlo se seguirían graves daños para el reino. No hizo caso de ello don Rodrigo y al abrirlo aparecieron en su interior unas figuras de moros con la inscripción de que causarían la ruina de España.
Pero la leyenda que más se popularizó y que ha llegado hasta nuestros días fue la de los amores adúlteros del rey visigodo con una doncella hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta, y a la que se la llamó la Caba, nombre que en árabe significa algo así como prostituta de alto rango. Muchos siglos después se le adjudicó el nombre de Florinda, usado en el siglo de oro y en el romanticismo. He aquí la leyenda tal como se describe en la Crónica Sarracena de Pedro del Corral que sigo a saltos y modernizando la ortografía y el vocabulario.
Un día el rey se fue a los palacios del mirador y andando sobre la sala vio a Caba, hija del conde don Julián, que estaba en las huertas jugando con algunas doncellas, y ellas no sabían que el rey las veía pues creían que estaba durmiendo.
Y como Caba era la más hermosa doncella de toda la corte, la más cariñosa en todos sus actos, y el rey la quería bien, así que la vio puso sus ojos en ella que jugando levantó las faldas pensando que nadie la veía y mostró las piernas que tenía, blancas como la nieve y tan lisas que no hay persona en el mundo que de ella no se encalabrinase. Y como ya era dada la sentencia contra el rey de que en su vida fuese destruida España, el diablo buscó lugar y comienzo para que tuviese efecto la destrucción, y como vio que se encalabrinaba por la Caba le tentó haciéndole poner en lugar en que pudiese verlas.
Torreón del Baño de la Cava (Toledo) |
Y como la huerta estaba cercada por altas tapias y ellas creían que nadie las veía, estuvieron jugando gran rato, discutiendo después sobre cuál de entre ellas tenía mejor cuerpo y más gentil, y empezaron a desnudarse y a quedar en camisa enseñando los pechos y las tetillas.
Y como el rey la miraba, cada vez le parecía mejor y decía que no había dueña ni doncella en el mundo que se le pudiese igualar en hermosura y gracia.
Un día el rey pidió a Caba que le sacase los aradores de las manos. (Se llaman aradores a los ácaros productores de la sarna, lo que indica el grado de higiene que tenían los grandes de aquel tiempo, cosa que duró varios siglos pues en tiempo de los Reyes Católicos, Catalina, hija de Juana la Loca, recluida con ella en Tardecillas, sufría la misma enfermedad). Cuando el rey tuvo entre sus manos las de la Caba le preguntó si le gustaría que la casase, a lo que ella respondió que no tenía más voluntad que la de su señor, por lo cual animado Rodrigo, disimulando su pasión, le dijo que le proporcionaría el amor del hombre más importante del reino.
La Caba, que no era tonta, comprendió en seguida las intenciones del rey, pero, echando pelotas fuera, declaró que aceptaría cualquier casamiento que no fuese en detrimento de su honra, lo que no acabó de gustar a don Rodrigo, especialmente molesto por las palabras casamiento y honra.
Cuanto más escurridiza se hacía la Caba más interés ponía el rey en alcanzarla, puesto que lo prohibido es deseado, don Rodrigo no cejaba en su empeño, hasta el punto que la muchacha le declaró que no estaba dispuesta a ofender con su conducta a su ama la reina. Y añadió que como lo supiese la gente no echarían la culpa a nadie sino solo a ella, pues podrían decir que por su propia voluntad, pensando ser señora, habría actuado de tal manera que hiciese caer a su señor en el pecado, y que por ventura dirían que le había dado medicinas para quitarle el buen seso y le hiciera caer en tan gran yerro, y así sería mal infamada y merecería ser muerta como persona que hace traición.
A todo ello el rey cada vez más apasionado le replicó:
«¿Cómo crees que haces traición en cumplir lo que yo te mando? No es así, pues tú no vives con la reina, antes vives conmigo y la reina también, y sois como compañeras, y tú tienes que aprovechar la buena ocasión cuando te viniere pues así lo haría la reina y lo hacen todas las gentes del mundo que gustan del bien que les viene. Y dices más que serías descubierta y que la gente te culparía grandemente, y a eso te juro que no hay en todo mi señorío quien osase hablar y yo no lo castigase a mala muerte».
Después que el rey hubo descubierto su intención a la Caba, no pasaba día que no la requiriese una o dos veces y ella se defendía lo mejor que podía, pero al fin, como el rey no pensase en otra cosa, un día, a la hora de la siesta, envió a un paje suyo para llamarla y ella obedeció su mandado, dice la crónica, y como en esta hora no había en toda su cámara nadie sino ellos tres, que él cumplió con ella todo lo que quiso. Extraña manera de holgar con una muchacha ante un testigo. Y añade la crónica una aclaración muy curiosa:
«Empero tanto saber que si ella quisiera dar voces bien fuera oída de la reina mas callóse con lo que el rey quiso hacer».
Y añade algo muy real:
«Y como el rey hizo lo que tanto codiciaba, asosegósele la voluntad y estaba más sin cuidado que hasta entonces y animaba a la Caba cuanto él podía y decíale que no tomase ningún desplacer».
El caso es que, siempre según la leyenda, la muchacha envió a su padre una carta en la que le anunciaba su deshonra y entonces el conde don Julián para vengar a su hija se puso en contacto con los musulmanes del norte de África, proponiéndoles asaltar la península con la complicidad de los hijos de Vitiza, anterior rey visigodo.
El resto es conocido, las tropas musulmanas atravesaron el estrecho y a orillas del Guadalete o de la laguna de la Janda, que en ello discrepan los historiadores, tuvo lugar una batalla decisiva en la que, al parecer, murió don Rodrigo. Se ha de decir que en la derrota contribuyeron las defecciones de los ejércitos mandados por los hijos de Vitiza y por el obispo don Oppas, que al comienzo de la batalla dieron media vuelta y se pusieron al lado de los invasores. El cuerpo de don Rodrigo no fue encontrado, por lo que se especuló sobre su posible salvación. Se dice que, siglos después, se encontró en una iglesia de Portugal una lápida con una inscripción latina que decía: «Aquí yace Rodrigo, último rey visigodo».
Texto extraido del libro: Curiosidades y anécdotas de la Historia Universal. Segunda serie de Carlos Fisas. Lo puedes comprar aquí.
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